¿Quién descubrió el Café?
Aunque lo vemos como algo habitual, el café no siempre ha estado ahí para salvarnos las mañanas.
Tras esa bebida cafeinada hay una historia que empezó con cabras saltarinas en Etiopía (¡sí, cabras!). Una simple curiosidad de un pastor dio pie al descubrimiento de una de las bebidas más populares del mundo.
Desde sus orígenes en África, pasando por el mundo árabe, hasta su conquista de Europa, el café ha viajado mucho antes de llegar a tu taza. ¿Te cuento los detalles? ¡Vas a flipar!
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Kaldi y las cabras danzantes: La leyenda del descubrimiento del café
Todo comenzó en las montañas de Etiopía, y no, no fue con un barista inventando una nueva bebida. Fue un simple pastor llamado Kaldi y, sí, sus cabras hiperactivas.
Un día, Kaldi notó algo raro: después de que sus cabras comieran unos frutos rojos, ¡se pusieron como locas! Empezaron a saltar y correr como si estuvieran en plena fiesta. Y claro, Kaldi, con la curiosidad por las nubes, decidió probar esos frutos él mismo.
¿El resultado? El primer «subidón de cafeína» de la historia. Gracias, cabras, por descubrirnos el café.
Pero aquí no acaba la cosa. Kaldi, sin tener idea de lo que había encontrado, llevó estos frutos a un monasterio cercano. Los monjes, como buenos religiosos, no estaban muy convencidos con esa novedad. De hecho, uno de ellos decidió quemar los frutos pensando que eran cosa del diablo (¡qué dramáticos!).
Pero al tostarlos, el aroma que desprendieron cambió las reglas del juego. 🔥🔥🔥
Fascinados, los monjes molieron los granos y, después de probar la infusión, se dieron cuenta de que esta bebida mágica les permitía mantenerse despiertos durante horas de oración nocturna. Así que, lo que empezó como un pequeño «accidente cabruno», terminó convirtiéndose en el secreto mejor guardado del monasterio.
Y aquí estamos hoy, siglos después, agradeciendo a esas cabras fiesteras y a un pastor curioso por darnos el café. Así que, la próxima vez que te tomes tu café mañanero, piensa que todo empezó con unas cabras saltarinas y un pastor un poco inconsciente… porque podría haber muerto si hubieran sido bayas venenosas.
El origen geográfico: Etiopía y el «Kaffa»
Aunque ya sabemos que todo empezó con Kaldi y sus cabras saltarinas, es hora de ponernos un poco más serios (solo un poco) y hablar de dónde viene realmente el café.
Resulta que nuestro querido café proviene de Kaffa, una región montañosa de Etiopía. Y, sí, por si te lo estás preguntando, el nombre «café» viene directamente de ahí.
Lo más gracioso es que hoy en día decimos “grano de café” sin pensar mucho, pero básicamente estamos usando un error de pronunciación occidental. Era algo así como “Kaffa bunn” (así es como se referían a los granos en la zona) y, tras unos cuantos idiomas por el camino, terminó en lo que conocemos como «coffee».
¡Vaya viaje lingüístico!
Pero volvamos a Kaffa. Ahí, los cafetos crecían a sus anchas y el café era parte de la vida cotidiana mucho antes de que llegara a nuestras modernas cafeterías hipsters. Etiopía, aunque muchos no lo sepan, sigue siendo una de las mayores productoras de café, y algunos de los mejores granos del mundo salen de aquí. Si alguna vez te tomas un café etíope y notas esas notas afrutadas y florales, ya sabes por qué: es prácticamente un trozo de la historia de la humanidad en una taza.
Si oyes a alguien decir que el café es solo «una moda», puedes decirle con total confianza que esta moda lleva más de mil años creciendo en las montañas de Etiopía. Y quién sabe, tal vez Kaffa también tenga algo que ver en tu amor por el café. ¡La historia de tu bebida favorita es mucho más profunda (y sabrosa) de lo que parece!
El viaje del café por el mundo árabe
Una vez que el café encontró su hogar en Etiopía, este pequeño fruto empezó a hacer las maletas y se fue de viaje.
¿Su primera parada?
Yemen, donde los árabes se lo tomaron en serio y comenzaron a cultivar el café de forma organizada. Y como cualquier buen negocio, necesitaban un punto de distribución, y para eso estaba el puerto de Moca (sí, de ahí viene el famoso «moca»). ¿Quién iba a decir que un puerto y un fruto rojo harían historia juntos?
Los árabes pronto descubrieron que el café tenía algo más que un buen sabor: te mantenía despierto.
Los monjes sufíes, que tenían largas noches de oración, vieron el café como su mejor aliado. Literalmente, las noches de vigilia se convirtieron en una fiesta de cafeína. Y no, no hablamos de las típicas fiestas con música, sino de esas reuniones donde el café te ayudaba a quedarte en pie sin pestañear.
¡Ideal para rezar o, por qué no, para planear tu próxima revolución!.
Pero lo realmente interesante es lo que hicieron los árabes con el café: lo convirtieron en una excusa para socializar. Las primeras qahveh khaneh, o cafeterías, nacieron en ciudades como La Meca y Estambul. No eran solo lugares para tomarse un café, sino que se convirtieron en centros de debate, chismorreo y hasta de crítica política (básicamente, las primeras redes sociales, pero con menos memes). Sin embargo, no todo el mundo estaba contento con esto. Las autoridades empezaron a preocuparse porque, bueno, parece que el café ayudaba a la gente a pensar demasiado.
¿Y qué pasa cuando la gente piensa? Pues empiezan a cuestionar el sistema, y eso siempre incomoda a alguien. Intentaron prohibirlo, porque, claro, nada como culpar al café de los problemas sociales.
Pero, sorpresa, no funcionó.
La gente ama el café, y prohibirlo solo hizo que las cafeterías fueran aún más populares. Al final, tuvieron que levantar la prohibición, porque, ¿quién puede resistirse a una buena taza de café mientras charlas sobre el futuro del mundo?
Así que, el café se instaló de manera definitiva en el mundo árabe, no solo como una bebida, sino como el combustible social por excelencia.
La Expansión Cafetera a Europa
Una vez que el café ya había causado revuelo en el mundo árabe, decidió hacer su gran debut en Europa. Ahora, imagina el escenario: Venecia, siglo XVII. Los comerciantes venecianos, después de sus idas y venidas por tierras árabes, traen de vuelta este mágico elixir negro.
¿La reacción europea? Pánico total.
No faltó mucho para que se corriera el rumor de que el café era, nada más y nada menos, «la bebida del diablo». Claro, porque algo que te mantiene despierto para pensar claramente debía ser cosa de Satanás, ¿no? ¡Lógico!.
Pero como siempre, hay alguien que pone un poco de sensatez en la historia. El héroe de esta situación fue el Papa Clemente VIII. En lugar de subirse al tren del pánico colectivo, el buen Clemente decidió que si esta bebida era tan peligrosa, lo mejor sería probarla antes de condenarla. Se tomó un sorbito y…
¡Eureka! El Papa quedó encantado.
Cuenta la leyenda que exclamó algo como: «¡Esta bebida es tan buena que sería un pecado dejarla solo para los infieles!» Y así, de un plumazo, el café no solo dejó de ser satánico, sino que recibió la bendición papal. Vamos, que si no era bueno para el alma, al menos era buenísimo para empezar el día.
Con el visto bueno de la Iglesia, el café se esparció por toda Europa más rápido que un cotilleo en una fiesta. Las primeras cafeterías comenzaron a aparecer en Venecia, París, Viena y otras grandes ciudades.
Pero no hablo de simples cafeterías como las de hoy en día, donde te tomas un café rápidito y sigues con tu vida. ¡Para nada!. Estas cafeterías eran el epicentro de la vida social. Filósofos, artistas, y políticos se reunían para discutir sobre todo: desde el sentido de la vida hasta cómo los impuestos eran una pesadilla (nada ha cambiado, ¿verdad?). Todo, por supuesto, con una taza de café en la mano.
Moraleja… Si no fuera por Clemente VIII, probablemente estaríamos todos tomando té… ¡y quién quiere empezar el día con una tacita de agua tibia! 😆
El café conquista el mundo: de las plantaciones a las cafeterías modernas
Cuando el café se convirtió en la bebida favorita de las mentes más brillantes de Europa, no tardó mucho en dar el siguiente gran salto: conquistar el mundo.
Pero aquí no hablamos de una expansión normal y corriente; no, el café se estaba preparando para ser la superestrella global que hoy todos conocemos. Y, como suele suceder, Europa fue la primera en llevarse todo el crédito, aunque en realidad solo subieron al tren cafetero cuando este ya estaba a toda máquina.
Primero, los holandeses, que parecían tener un sexto sentido para los buenos negocios, decidieron que importar café era cosa del pasado. Así que llevaron los cafetos a sus colonias en Asia y América, y empezaron a plantar café como si no hubiera mañana.
En ese momento, Brasil, Colombia, y Java se convirtieron en los grandes campos de juego para esta nueva fiebre del oro líquido. Fue una de esas jugadas maestras que garantizó que medio mundo tendría café para desayunar y los holandeses su buena parte del pastel.
Y claro, no pasaría mucho tiempo hasta que otras potencias se sumaran a la fiesta: los franceses, los británicos, todos querían su pedazo del “pastel de cafeína”. Así, las plantaciones de café empezaron a crecer en cada rincón tropical que pudieran encontrar. Brasil, que hoy en día produce más café que nadie, empezó a despuntar como la estrella de esta historia, plantando toneladas de café y consolidándose como uno de los grandes productores mundiales.
Pero claro, el café no se quedó solo en las plantaciones, ¡ni de broma!
Con la llegada de la Revolución Industrial, la cosa cambió por completo. El café pasó de ser la bebida «fina» de las clases altas a convertirse en el mejor amigo de los trabajadores. Porque, seamos sinceros, ¿quién puede aguantar una jornada larga de trabajo o, mejor aún, planear una huelga o revolución, sin una buena dosis de cafeína? Nada te despierta más las ideas que un café cargado.
Y así, las cafeterías se convirtieron en el lugar donde todo sucedía. Mientras unos debatían sobre arte, otros conspiraban sobre política, y luego estaban los que simplemente compartían lo mucho que odiaban madrugar.
Vamos, el café no solo mantuvo a la gente despierta, ¡también mantuvo en marcha a las mentes más inquietas!
Hoy en día, el café ha llegado a todas partes. Desde las cafeterías artesanales de barrio hasta las grandes cadenas que se expanden por el planeta, todo comenzó con ese pequeño fruto en las montañas de Etiopía. Quién iba a decir que unas cuantas cabras hiperactivas y un pastor curioso acabarían cambiando el curso de la historia. ¡Gracias, Kaldi, por traernos la cafeína y las ideas que nos mantienen despiertos todos los días!.
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