¿Cómo es el grano de café de especialidad?
Vamos a ser sinceros: cuando alguien te dice que toma «café de especialidad», lo primero que piensas es que se ha vuelto un poco sibarita, ¿verdad?
Pues espera, porque igual al acabar este artículo te unes tú también al club de los exigentes cafeteros.
A ver, que yo no soy una experta mundial del café, pero sí he aprendido lo suficiente para explicarte en cristiano cómo distinguir esos granos premium del típico café del súper, ese que tu abuela prepara con cuatro cucharadas de azúcar para que sea bebible.
Te prometo que esto es mucho más fácil (y divertido) de lo que parece. Vamos a ello.
Índice de contenidos
Tamaño y forma: cuestión de orden, amigo
Lo primero que notarás es que los granos del café bueno son todos iguales, o casi. ¿Recuerdas cuando tu madre separaba las lentejas buenas de las malas?
Pues esto es algo parecido.
En el café de especialidad hay una selección minuciosa; se usan tamices para dejar fuera los granos demasiado grandes o demasiado pequeños. Por eso, cuando abres una bolsa de estos granos de calidad, parecen primos hermanos: todos bonitos, ovaladitos y bastante uniformes.
¿El café del súper? Allí dentro hay más variedad que en una tienda de chinos. Tienes granos grandes, pequeños, redonditos y hasta unos gorditos (la famosa variedad Robusta) que parecen lentejas a punto de explotar.
Moraleja: la uniformidad aquí es sinónimo de calidad. Fácil, ¿no?
Color uniforme: ¿Quién ha dejado entrar a los quakers?
Si al abrir la bolsa los granos tienen más colores que una camisa hawaiana, sospecha. En un café de especialidad, cada granito es de un marrón medio uniforme, sin ese brillo grasiento. Además, no encontrarás granos quemados ni tampoco esos paliduchos conocidos como quakers, que son los granos que no han madurado bien.
En cambio, el café comercial suele parecer un mercadillo: unos granos negrísimos, otros muy claritos, otros que parecen haber visto mejores días… Vamos, un cacao maravillao.
💡Consejo: Si ves que brilla demasiado o parece recubierto de caramelo quemado, ¡huye! Eso es torrefacto del chungo, de ese que te deja la taza pegajosa y negra como el carbón.
¿Defectos visibles? Ni en broma
Los defectos en los granos son como un ex tóxico: no los quieres en tu vida, pero a veces te los encuentras donde menos te los esperas.
El café de especialidad tiene una tolerancia prácticamente nula a estos indeseables (agujeros, moho, manchas raras). Vamos, que son granos más perfectos que las fotos del Instagram de tu prima influencer.
Mientras tanto, el café comercial es más permisivo: granos rotos, granos picados por insectos, incluso algunos con pinta de pasa que huelen peor que tu ropa después del gimnasio. Y claro, todo eso acaba afectando al sabor final.
Aroma del grano seco: ¡esa fragancia deliciosa!
Cuando abres una bolsa de café de especialidad, el aroma te pega un bofetón glorioso en la nariz: floral, afrutado, achocolatado, nueces…
¡Es como entrar en una pastelería recién hecha!
En cambio, con los cafés comerciales de baja calidad pasa todo lo contrario: muchas veces ni huelen, y si huelen es a rancio o a papel viejo. Y no, ese olor de neumático quemado no es normal, es la famosa variedad Robusta mal tostada haciendo de las suyas.
Tueste y consistencia: ni muy quemado ni muy crudo
¿Sabes esa carne que haces a la plancha y no quieres ni quemarla ni dejarla cruda?
Pues con el café pasa igual. El buen café está tostado con cariño y precisión, suele tener un marrón medio y homogéneo, seco al tacto. Ni brilla como aceite de motor, ni está tan crudo que parezca una judía.
En el café comercial, sin embargo, el tueste suele ser mucho más irregular. Te encontrarás granos prácticamente carbonizados y otros pálidos.
¿Resultado? Un sabor a quemado que camufla cualquier defecto, sí, pero que también mata cualquier matiz interesante.
Empaque y frescura: la bolsa también habla (y mucho)
El empaque de café de especialidad parece más caro que el propio café que lleva dentro.
Normalmente viene en bolsas bonitas, opacas y con válvula (ese agujerito que sirve para que salga el gas y entre el menor oxígeno posible). Además, indican la fecha exacta de tueste, región, variedad del café y hasta notas de cata. Todo muy postureo, pero útil.
El café comercial suele venir en paquetes grandes, baratos y al vacío, sin fecha de tueste (solo caducidad). Seamos honestos: cuando lo abres, ha perdido casi toda la gracia y aroma que pudiera haber tenido.
¿Conclusión? Merece la pena volverse un poquito sibarita
Al final, saber distinguir un café de especialidad de uno comercial no requiere doctorado en química, solo un poco de atención. Un vistazo rápido y tu nariz serán suficientes para saber si tienes delante una joyita de café o una bolsa llena de promesas rotas.
Y oye, que igual te acabas pasando al lado oscuro de los sibaritas del café. Pero créeme, un café realmente bueno es algo que una vez pruebas, ya no puedes dejar atrás.
Así que ya sabes, la próxima vez que abras una bolsa de café, échale ojo y nariz antes de echártelo a la taza. Tu paladar te lo agradecerá.
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¡Ah, y una cosilla más! Si después de todo esto aún no lo ves claro, tranquilo: la práctica hace al maestro. Así que ve y empieza a investigar. Te aseguro que tus mañanas nunca volverán a ser las mismas.