Café con sal: ¿Truco genial o crimen barista?
Hoy me he topado con un titular digno de sección de “Remedios de la abuela 2.0”: “Añadir sal al café puede hacer maravillas.”
Sí, lo dice un barista. Y sí, lo ha publicado un medio serio.
Y claro… lees esto antes del primer café del día y, con lo que tardas en reaccionar, no sabes si es verdad o una broma de mal gusto.
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La sal, el ingrediente mágico (y su origen turco)

Antes de llevarnos las manos a la cabeza, hay que admitir que esto no es nuevo. De hecho, en Turquía, el café con sal es una tradición nupcial.
La costumbre dicta que la novia debe preparar café turco para su futuro marido añadiendo una buena cantidad de sal en lugar de azúcar. Si el novio se lo bebe sin poner mala cara, demuestra que tiene buen carácter y paciencia para el matrimonio.
Pero volviendo al siglo XXI…
Según el señor Caspar King (barista con nombre de superhéroe), ponerle una pizca de sal al café puede suavizar el amargor y “realzar los sabores”.
La ciencia: ¿Por qué funciona realmente?
Aquí hay que ponerse serios un segundo: químicamente tiene sentido.
Los iones de sodio de la sal tienen la capacidad de bloquear los receptores del sabor amargo en nuestra lengua. Al «apagar» la señal de amargor que llega al cerebro, nuestro paladar percibe mejor otros matices, como el dulzor natural.
Hasta ahí todo bien… si estás bebiendo café comercial que sabe a agua de fregona con final de tostadora vengativa.
Porque claro, si tu café tiene más carbonilla que una parrillada de domingo, lo raro sería que no necesitara sal, azúcar o un ritual chamánico para tragarlo.
El amargor: ese viejo enemigo que no siempre es el malo
Ya lo he dicho muchas veces, pero por si acaso lo repito: el café no tiene que ser amargo.
De nuevo: NO tiene que ser amargo.
Ese amargor extremo al que nos han acostumbrado viene del tueste oscuro (traducción: grano achicharrado), la mala calidad del grano o una preparación que ha decidido ignorar todas las leyes del buen gusto.
Un buen café de especialidad, con un tueste medio o claro, no necesita sal ni azúcar ni terapia de pareja para saber bien. Tiene matices, dulzor natural, acidez brillante y cuerpo… no ese sabor de “calcetín hervido” que tanto se vende como “café fuerte”.
¿Y qué hacemos con este truco?
Pues mira, si eres fan del café comercial del súper que cuesta menos que una botella de agua… adelante, ponle sal, caramelo, nata, sirope o lo que quieras. La sal ayudará a neutralizar esos defectos del tueste quemado.
Pero si quieres café que no necesite disimular su sabor, invierte en un café de especialidad. No necesitarás sal, solo una buena taza y una sonrisa (aunque sea medio dormido).
P.D. Si quieres ponerle sal a uno de nuestros cafés para probar la ciencia, haremos como que no lo vimos 😅
Sergio Robles
Escéptico del café con aditivos y creyente del grano bien tratado.